domingo, 16 de marzo de 2008

Pensamiento Cofrade

Mi vocación cofrade se despertó a muy temprana edad, alrededor de los 10 años, surgiendo anecdóticamente como un juego de niños que consistía en salir de penitente en una procesión. Inimaginable fue para mí pensar en aquel momento, que desde entonces hasta el día de hoy, pasaría a pertenecer de un modo muy especial y sentido a mi única Hermandad, María Santísima de la Soledad, mi cofradía.

Aún recuerdo emocionado aquel día en que me fue entregada en la calle Los Vicentes por "Pedro el de las Esclavas" mi primera túnica, a partir de entonces surgió en lo más profundo de mi corazón la necesidad de acudir a la cita obligada de los Viernes Santos a las 11 de la noche, para acompañar a "mi Virgen".

A ello se unió el entusiasmo, la ilusión que casi sin querer me inculcó un vecino mío de la calle Cruz Verde donde yo nací, y que era ya entonces hermano horquillero.

Durante 6 años aproximadamente, acompañé a "mi Soledad" con la luz de un pequeño cirio, hasta que un Viernes Santo, el entonces Capataz de paso Luis Avilés, me sugirió cortar el capirote para así poder llevar a mi Titular, que era en mi interior lo que realmente deseaba.

Y así fue como con 17 años contraí el peculiar y serio compromiso de llevar sobre mis hombros a esa incomparable imagen, que ha inspirado en mi interior tantos sentimientos de honda emoción, que nunca podré describir. Desde entonces y hasta el año 1996, fui afortunado hermano horquillero, llegando incluso a ser el hermano más antiguo del paso. Hoy puedo confesar que es un peso mucho más duro de soportar el no poder cubrirme con su manto cada Viernes Santo por motivos de salud, teniendo que conformarme con acompañarla, como en un principio hacía.

Recuerdo como algo anecdótico, hace ahora 20 años, que por la inclemencia del tiempo salimos en procesión el Sábado Santo a las 4 de la tarde. Así, con el contraste de la luz del día, las calles rondeñas pudieron contemplar a una dolorosa "desconsolada" que retrasó su salida y a la que la luz del sol, de forma no habitual, compadecía en su lento caminar.

No puedo obviar en estas líneas, lo que siento por "mi Soledad", esta imagen de talla sevillana que con gran maestría realizó el imaginero D. Sebastián Santos, quien supo plasmar en ella, en esos ojos imperturbables que siempre miran al frente desconsolados, la gran tristeza que a todos nos embarga cuando nos dejamos contemplar por ellos. Y es así cada Viernes Santo, cuando asoma tímidamente por esa justa y estrecha portada de piedra de la Iglesia de la Merced, cuando los horquilleros con no poca escasez de dificultades y esfuerzos la bajan por las escalinatas, con tanto mimo y esmero, que el silencio que ella misma representa, queda roto por la presencia y el apoyo de innumerables rondeños que la aguardan expectantes y pacientes. Y a partir de ahí, comienza su lento y acompasado caminar, a través de una multitud callada y silenciosa, ante el dolor de sus lágrimas y el sordo sonido de un tambor que remata la sobriedad tan característica de ésta, de mi Hermandad.

Una Hermandad que, en mi opinión, ha experimentado al cabo de los años una evolución tanto cristiana como cofrade, latente no sólo el día en que culmina nuestra permanente labor, sino a lo largo de todo un año repleto de actos y celebraciones, encaminados a enriquecer el espíritu cristiano que debe guiar lo fines de nuestra Hermandad y que realzan la figura de nuestra Titular. La celebración de éste cincuentenario es prueba manifiesta de lo dicho, lo cual es más que loable.

Quiero en este punto hacer un alto en el camino, no por ello desmereciendo la labor de tantos y tantos hermanos para recordar en especial a uno de ellos, Antonio Cabello, que fue hermano de fila, de paso, fiscal, capataz de paso y por último Hermano Mayor y que con la ayuda de su junta, supo introducir nuevos y prometedores proyectos en la Hermandad, que tras unos años se han hecho realidad e incluso han sido superados por el actual Hermano mayor, Manuel Gazaba Gil, que sigue actualmente en el empeño de conseguir, con la ayuda incondicional de todos los hermanos, el máximo esplendor para nuestra Titular.

Entre mis líneas, no cabe olvidar la labor callada que realizan en esta Hermandad las Hermanas Carmelitas, quienes desde siempre nos han brindado su apoyo incondicional para todo lo que hiciera falta. Por ello y desde aquí, les doy sinceramente las gracias.

Para terminar en mi esfera personal, tengo que decir que estoy orgulloso de que ese sentimiento cofrade que poseo, se haya ido transmitiendo de una generación a otra, lo que en mi caso puedo decir que ya va por la tercera generación con mis hijos, y que ojalá continúe.

Por ello, animo a la junta de Gobierno a que fomente entre la juventud cofrade, todos aquellos valores que nos movieron a nosotros a trabajar por la Hermandad y por María Santísima en la Soledad.


Juan del Pino Terroba.

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