martes, 16 de febrero de 1999

Resumen breve de Cincuenta años de Recuerdos

Trascurría la Semana Santa del año 1949 y con la ilusión y alegría de un chiquillo de ocho años, esperaba impaciente la llegada del Viernes Santo para vestir por primera vez mi túnica de la "Soledad".

Llegó por fin el momento y con los nervios lógicos y las recomendaciones propias del evento, me vi enfundado en mi negra túnica y mi capirote con su escudo bordado en amarillo, blanco y rojo sobre riguroso negro.

A partir de entonces, cada año se repetía la misma escena, las mismas recomendaciones: no vayáis corriendo, no se puede comer en la fila, no se puede hablar etc. etc., mientras tengáis la túnica puesta; y procurábamos cumplirlo.

Con el paso de los años, ya éramos cuatro hermanos, mi padre, tío y primos, los penitentes que salíamos de la casa, cruzándonos con otros vecinos del barrio, que con la disciplina que siempre caracterizó a nuestra Hermandad, nos saludábamos con un leve movimiento de mano, llegando a la iglesia de La Merced sin cruzar ni una palabra, para iniciar el desfile, sabiendo que allí estaría gran parte de nuestra larga familia.

Y así comenzaba: debido a mi corta edad y estatura, me situaban entre los primeros de la fila, apoyando el largo cirio sobre mi cadera derecha y que sistemáticamente era retocado por Manolo Vera, empleado de Eléctrica González, para que siguiera funcionando la pequeña bombilla que iluminaba la calzada.

Así cada Viernes Santo participaba en el desfile viendo a lo lejos a nuestra Bendita Madre, y sintiendo cierta envidia de los hermanos que tenían la suerte de ser portadores de su trono.

Y al fin, llegó la hora de llevar sobre mis hombros la pesada y suave carga.

Si impresionante fue la dificultosa salida, más me impresionó el momento cuando al iniciar la subida de calle Sevilla, desde una clásica balconada rondeña, un quejido lastimero rajó el velo de la noche. La mano del Capataz golpeó reiteradamente la campana del trono que detiene su avance, pero que sigue meciéndose sobre los hombros de los horquilleros que escuchan el crujir de los varales sobre sus cuerpos.

Aquella noche sentí lo que sólo puede sentir un horquillero cuando la voz de Juan García "El Carabinero" desgranó una saeta rematada por martinete, piropeando y consolando a nuestra Madre. Un fuerte escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza, y con un nudo en la garganta noté como unas lágrimas humedecían mi negro antifaz.

YA EL TAMBOR ENMUDECIDO LAS VELAS PARPADEANDO CONSUMIENDO SUS PABILOS QUIEREN SER MUDOS TESTIGOS DEL DRAMA DEL VIERNES SANTO.

TE INVOCAN DE MUCHOS MODOS,Y TANTOS NOMBRES TE DAN,QUE EL MÁS TERRIBLE DE TODOS, ES TU NOMBRE: ¡¡SOLEDAD!!

Después de mi paso por el "varal", volví a mi lugar primitivo, situándose el anónimo penitente en el último lugar de la fila izquierda, siguiendo la disciplina inculcada desde pequeño, de no descubrirse el rostro ni pronunciar palabra hasta finalizar el desfile (trabajo me costaba). Es curioso que a pesar de la multitud que siempre nos ha acompañado, pueda sentirse uno solo; pero ello me ayudaba a comprender más y a compartir con más amor la soledad de nuestra querida Madre, atreviéndome en mi reflexión a dirigirle preguntas como las que siguen:

SOLEDAD, ¿DONDE CAMINAS SIN CONSUELO 'PA' TU LLANTO CON EL ALMA DOLORIDA LA NOCHE DEL VIERNES SANTO?

¿PORQUE SIENDO TU SEÑORA MADRE DEL VERBO DIVINO RECORRES LAS CALLES SOLA QUE HAN LABRADO EN ORO FINO?

¿PARA QUE QUIERE CORONA LA MADRE DEL REDENTOR SI LA DEJAMOS TAN SOLA TRASPASADA DE DOLOR?

Después de estas reflexiones, como los años no perdonan, últimamente seguía acompañándola detrás del trono, donde se va un poco más liberado de la disciplina que implica ir uniformado

No quiero finalizar mi relato, sin dejar constancia de mi agradecimiento a la junta de Gobierno por el honor que me concedieron el año pasado invitándome al desfile procesional formando parte de la comitiva junto a otros "Hermanos Veteranos", y si Dios me lo permite seguiré acompañándola mientras pueda.

¡Qué difícil es ser buen cofrade! ¡Yo conseguí serlo, pues a veces somos reos de nuestras propias debilidades como humanos que somos; pero cuando mi corazón, se ha reservado un rinconcito que no abandona, por ello, te lo pido, Madre del Amor que, a pesar de mi ingratitud, nunca abandones mi corazón, para que no sienta como TU el dolor de la soledad, y a la hora del encuentro con TU Hijo: ¡¡MADRE MIA MIRAME CON COMPASION!!

José María León Cordón.
Ronda, febrero de 1999.